El padre de los Anunaki se llamaba An (An significa "cielo" en sumerio)y viajaba acompañado de su esposa Antu (el Sol femenino).
Se le erigió templo en la ciudad de Ur: “La casa de An”.
Los templos en todas las religiones son las casas de los Dioses respectivos; el digno lugar en el que pueden descender.
Dos hijos del Cielo vinieron a nuestro planeta: Enki, el primogénito y Enlil.
En un principio Enki tomó el mando en la Tierra, aunque pronto, por orden de su padre, fue sustituido por Enlil. Entre ellos tenían diferencias referentes a las reglas de sucesión de los dioses, determinadas estas por la pureza genética.
Enki tuvo un papel decisivo en la creación del hombre.
Los textos sumerios hablan de la necesidad de crear trabajadores en la Tierra para los yacimientos de oro “dándoles la imagen de los dioses” y suficiente inteligencia para utilizar herramientas. Enki y su medio hermana Nin.Har.Sag (Señora de la Montaña Primordial) hicieron diversos experimentos genéticos. Tras varios intentos fracasados, consiguieron dar con un espécimen apto para el trabajo de las minas. Lo llamaron Lu.Lu, o “uno que ha sido mezclado”. Era el primer “humano”.
Estos son los “terrestres”, los “esclavos de la Atlántida” de que nos habla Miguel Serrano: “Existirían varias humanidades. La humanidad divina de los hiperbóreos, la semidivina de los héroes descendientes de los divinos mezclados y la de los animales-hombres, los sudra, los pasu, “los esclavos de la Atlántida”, tal vez los “robots” de la Atlántida, que sobrevivieron de algún modo a su hundimiento” (NOS, libro de la Resurrección. Miguel Serrano). Tras el hundimiento de la Altántida, continúa diciendo Serrano, en la superficie de la tierra “hay seres extraños, irreconocibles (¿Evenor, Leucippe, Clito?). Algunos de los extraterrestres se enamoran de las hijas de los hombres. Lucifer y sus huestes entran en la Tierra Hueca, interior, donde construyen las ciudades de Agarthi y Shamballah. Allí esperan poder rescatar a los que involucionaron en semidivinos, mezclándose con los terrestres”.
La mezcla entre divinos y “humanos” da lugar a la “humanidad”. Una humanidad en la que hallamos razas mixtas, mezcladas, más o menos puras. Entendemos que esta es una cuestión muy delicada y no pretendemos establecer como definitiva una idea sin tener fundamento firme, pero hemos de tener en cuenta que los textos sumerios son, además de históricos, los textos más antiguos de la humanidad, por lo que hemos de concederles un estimable valor. Esta cuestión tratada por las tablillas sumerias podría ser una explicación de la radical diferencia existente entre las diferentes razas humanas. Producto de la mezcla entre elementos divinos y humanos, hallamos espíritus divinos, razas celestes, encarnados en trozos de barro (materia demiúrgica): “ángeles caídos”. Almas caídas en el mundo.
Se comprende aquí el interés del Poder Mundial por ocultar todo este “misterio” del común de los mortales y cómo en 2003, cuando invade Irak, se esfuerza por sustraerlo. Es el mismo Poder maligno que domina el mundo y que ya hace siglos incendió la Biblioteca de Alejandría, donde se hallaba guardado el conocimiento del hombre y la historia y la prehistoria de la humanidad. Lo mismo sucedió cuando los marxistas chinos invadían Tíbet buscando y destruyendo los textos sagrados de relatos antiguos. O lo que sucedió con los Códices Mayas que nos hablaban de la historia del mundo... y así tantos y tantos casos.
Si bien el rostro del Poder Mundial es múltiple, la mano que se halla tras estos rostros es siempre la misma. A nadie parece extrañarle la alianza marxista-capitalista de la Segunda Guerra Mundial. Vaya, ¿no nos habían contado acaso que eran movimientos antagónicos?. A la hora de la verdad se ve quién se halla tras las diversas ideologías modernas como el marxismo, el liberalismo, la democracia-cristiana, el anarquismo...
El Poder Mundial se esfuerza por crear un mundo insustancial donde el hombre viva perfectamente ignorante de la historia, e ignorante de su verdadera naturaleza y de sí mismo. Para ello, es importante destruir el conocimiento de la verdadera historia del mundo, no sea que el hombre, al conocer el origen, pueda llegar a plantearse cuestiones “desagradables” y despierte del sueño de milenios.
Esto nos recuerda al relato del Paraíso en la biblia judía. Cuando el hombre toma del árbol de la ciencia del bien y del mal, Jehová le expulsa del jardín del Edén: “Y Jehová pasó a decir: “Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal. No vaya a ser ahora que tienda la mano del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre”. Jehová lo echó del jardín del Edén, para que cultivara el suelo del que había sido tomado. Expulsó al hombre del Jardín del Edén y puso delante de él dos querubines blandiendo flameante espada para guardar el camino al árbol de la vida”. (Génesis 3, 24).
La humanidad actual estaría conformada sobre un elemento luciferino, “el fuego de los dioses”, el electrón de los dioses. La recuperación de este poder ha de restablecer en el hombre la dignidad divina que por naturaleza le corresponde.
Ya hemos explicado cómo el Sistema, el Poder Mundial, se esfuerza en mantenernos en los parámetros de un mundo insustancial, distrayéndonos con mil malabarismos para evitar que despertemos al conocimiento. No obstante, la parte más consciente de nosotros mismos lucha por restablecer el estado de gracia que nos liga al reino de los dioses.
Porque en lo más profundo de nosotros mismos alumbra el fuego antiguo de la raza de los dioses. Cuando, por las diversas circunstancias de la vida, este fuego antiguo consigue brillar en nuestras vidas, el mundo pareciera detenerse y la percepción del tiempo se distorsiona. Recuperar este fuego nos permite vivir y sentir como un dios: ser un dios. Este es el sentido del fuego olímpico de la antigua Grecia. Igual que aquellos héroes antiguos, alcemos y enarbolemos la antorcha, el fuego de los dioses, para poder llegar a ser, en verdad, hombres libres.
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