martes, 8 de mayo de 2012

Un mismo ADN que se va incrementando en muchas vidas

Desde el momento en que el individuo consciente resuelve convertirse en un Ser Superior empieza un arduo proceso de aprendizaje que no se agota con la muerte. Los "hombres verdaderos" saben que en cada vida se tiene un nuevo cuerpo, pero el espíritu permanece, imperecedero. Y así, en cada vida incrementan su lucidez y experiencia mediante, incluso, los eventos difíciles que aprenderán a sortear. Con ese valor y esa fuerza enfrentarán cada una de sus vidas, sin amedrentarse ante las dificultades, los obstáculos y las limitaciones. La reencarnación consciente los transforma poco a poco en seres tolerantes, aprenden a respetar a los demás, a no querer cambiar a nadie, a ser flexibles, pues comprenden que la misión es aprender. Evolucionan y entienden que experimentan lo que les corresponde, que tienen lo que necesitan, que todo lo que sucede es perfecto, que los contrastes existen para comprender la Realidad y así desarrollar una gran eficiencia que los haga invulnerables. Transformar la tristeza en felicidad, el sufrimiento en paz, la intolerancia en respeto, la agonía en armonía; encontrar la felicidad y al hacerlo elevar la energía vital, acceder a sentidos y poderes adicionales, nos convierte en seres invulnerables. La reencarnación transforma a una criatura mortal, asustadiza, limitada y con conciencia temporal estrecha, en un ser inmortal, con conciencia permanente, que puede entrar y salir voluntariamente de la forma física. La vida es un proceso muy extenso, de miles de millones de eones, tal vez sea eterno. La muerte del cuerpo es sólo una puerta para cambiar de circunstancias, recibir una nueva oportunidad. Cada vida es una lección distinta, una parte del proceso de perfeccionamiento, no sólo del individuo, sino de la Humanidad.

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